jueves, 22 de octubre de 2009

Mi vida de héroe no tiene nada de particular.
Me levanto a las 10 de la mañana. Voy a un café a conversar con mis amigos, o a alguna de las agencias de publicidad que están elaborando anuncios con base en mi aventura.
Casi todos los días voy al cine. Y siempre acompañado. Pero el nombre de la acompañante es lo único que no puedo revelar, porque pertenece a la reserva del sumario.
Todos los días recibo cartas de todas partes. Cartas de gente desconocida. De Pereira, firmado con las iniciales J.V.C, recibí un extenso poema, con balsas y gaviotas; Mary Adress, quien ordenó una misa por el descanso de mi alma cuando me encontraba a la deriva en el Caribe, me escribe con frecuencia. Me mandó un retrato con dedicatoria que ya conocen los lectores.
He contado mi historia en la televisión y a través de un programa de radio. Además se la he contado a mis amigos. Se la conté a una anciana viuda que tiene un voluminoso álbum de fotografías y que me invitó a su casa. Algunas personas me dicen que esta historia es una invención fantástica.
Yo les pregunto: Entonces, ¿qué hice durante mis diez días en el mar?

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